
Vestía un chompa de colores a rayas y un pantalón rojo, el mismo que detestaba usar pero que llevo puesto en nuestro primer concierto juntos, y también el día que por última vez nos vimos cara a cara. Aquella tarde -irónicamente- llevaba conmigo un maletín, simbolizando mi partida. No vería más el pantalón rojo porque ella no estará.
Un día antes del adios fuimos al malecón a que la brisa del mar nos acaricie con la misma pasión que nosotros lo hacíamos. Nos tomamos de la mano, nos besamos y nos juramos amarnos siempre, guardar los recuerdos tallados en papel y en el corazón.
"No entiendo por qué te sientes mal", me dijo la chica del pantalón rojo la última vez que hablamos por teléfono. Trataba de dejar constancia que ella no se sentía mal, que prohibió a sus lágrimas dejarse ver por algún extraño mientras caían por su rostro. Y quizás por eso, no entendía que yo sufriera. ¡Ya basta carajo! me digo a mi mismo, pero no puedo...
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