domingo, 27 de julio de 2008

Llamada inesperada

Me sorprendió cuando oí la voz de Vianney hablarme al celular. No es que no quisiera hablar con ella, pero entre las posibles llamadas que esperaba ayer, la suya no se encontraba entre las alternativas. Vianny, como solía llamarla durante el tiempo que fuimos enamorados, desaparece y aparece repentinamente de mi vida. Por lo general nuestros encuentros no son planeados, sólo se dan, rompiendo indistintamente la rutina de ambos. El intervalo entre cada encuentro es en promedio de seis meses; es decir, en el mejor de los casos nos vemos dos veces al año.
En esta ocasión, a diferencia de algunas otras en que hablé con Vianny, debo dejar en claro aunque parezca tonto repetirlo, que me sorprendió su llamada. Y es que la flaca, de andar pausado, casi nunca tomó la iniciativa, esperaba que nos encontráramos en el cumpleaños de algún amigo en común, en un velorio, en la combi, en la universidad, o en misa, cuando aún íbamos (ahora no lo hago, ella tampoco).
Lo último que supe de la flaca fue que ingresó a la Escuela de Sub Oficiales de la Policía. La decepción que compró al estudiar Educación Matemática, la ayudó a hacer cálculos y mudarse de un aula de clase a un puesto policial. Aunque traté de entender su decisión, me parecía una locura tirar al tacho de basura cinco años en la universidad y otros veinticuatro meses luchando por conseguir el título profesional.
¿Podemos vernos?, me preguntó en caleta en medio de una frase motivadora. Y fue en ese momento que quedé boquiabierto. La flaca tímida, aquella que huía a los encuentros cercanos, me había pedido vernos. Supuse entonces que convivir con la policía la hizo ver con otros ojos esta vida, la misma que la hizo sufrir, la vida que lloró porque yo lo quise así.
Recuerdo haber estado enamorado de Vianny, o al menos así lo creía a los dieciséis años. Que ella me dijera que aún estaba enamorada de su ex, pese a que chapaba conmigo y acariciaba mi corazón embobado, hizo que me alejara de ella, y que empezara a congelar aquel sentimiento. En realidad fue ella quien se alejó de mí, me choteó, me dijo que no quería volver a verme porque su corazón era de otro, y no mío.
Luego, muy luego, cuando aún creía estar enamorado de la flaca, le propuse volver. Para entonces, ella había disipado sus dudas sobre el tipo que creó el conflicto entre nosotros. Me dijo, y le creí, que ya no lo amaba, y que “podíamos intentarlo”. Atraqué.
El tiempo pasó y los chapes regresaron. Caminábamos tomados de la mano, lejos de cualquier amago malicioso, de esos que luego aluciné pudieron pasar entre ella y yo. Cuando descubrí que mi esfuerzo porque ella se enamorara de mí había fracasado, decidí cortar la relación. Emparejamos el marcador: ya estábamos uno a uno en la pichanga de cortar relaciones.
Para cuando retomamos la relación, ambos ya cursábamos estudios en la misma universidad, pero en diferentes carreras. Fue un aula de la universidad el lugar que involuntariamente sirvió para decirle adiós, y en el que ella increíblemente me pidiera que no la dejara, que se había enamorado de mí, y que la disculpara si por timidez o por tonta, no me decía “te amo” como evidencia de su sentimiento, aquel que ocultaba.
Preferí no alargar la relación, pese a sus lágrimas. “Lo haces por vengarte, te entiendo”, recuerdo con nostalgia que me dijo la flaca. Y es que cuando ella me cortó, lloré como loco, mis diecisiete años no me servían para sortear esta embestida del amor. Ella supo que lloré, y cuando lloró en el aula de la universidad, sintió que aquella era mi venganza, creyó distante a la verdad, que había planeado enamorarla para luego despreciarla, cuando en realidad corté la relación, convencido que ella jugaba conmigo.
La confusión sembrada por nosotros entre nosotros, nos distanció. Algún tiempo después, no recuerdo cuánto, nos encontramos, charlamos, nos besamos y volvimos. En este trajín andamos casi dos meses, luego cortamos y retomamos la relación por cuarta vez en un manotazo de ahogado, que no entiendo por qué acepté. Decepcionado de mi mismo y de la torpeza de Vianny de querer forzar la relación, es que puse hielo entre nosotros.
“...Soy yo quien te deja, pero no porque no te ame”, decía una de las últimas líneas de una carta que me envió. En ese papel decorado con rosas dibujadas con lapicero, la flaca me decía que su corazón no le perdonaba amarme y no ser amado. “Y por eso te dejo libre mi amor”, sentenciaba la carta que firmó con un estremecedor cariño, que aún recuerdo, y que recordé con esta llamada telefónica que ha motivado este nuevo post.
Ojalá y hayan llegado a esta línea. Ojalá y no crean que mi historia tiene que ser la suya. Ojalá y no se convenzan que un amor no puede ser rescatado. Ojalá y Vianney sea feliz como espero serlo yo. Quedé en llamarla antes de internarse a la chamba. Ojalá pueda...

jueves, 17 de julio de 2008

Le quedó grande...

CON VERGUENZA DEBO ACLARAR QUE EL SIGUIENTE TEXTO NO ME PERTENECE. ES DE UN FLACO LOCO Y MELENUDO CON QUIEN COMPARTIMOS EL GRATO PLACER DE ESCRIBIR. HACE ALGÚN TIEMPO ME ENVÍO UN EMAIL CON EL TEXTO QUE AHORA LEERÁN. DISFRUTÉNDOLO, ESTÁ DELICIOSO...
El alcalde chiquito quiere ser grande. Cree que puede llegar a ser presidente porque ha llegado a ser congresista, alcalde de la ciudad y, porque seguramente lee a Cohelo, cree que lo que sin duda le toca es ponerse la banda presidencial en unos años. El alcalde chiquito es un soñador. Hay que despertarlo pronto.
El alcalde chiquito habla gracioso. No dice sí o no, sino todo lo contrario. Dice que no dijo lo que dijo o que lo que dijo lo dijo por decir, lo más probable es que quién sabe. Al alcalde chiquito se le respeta.
El alcalde chiquito tiene dos colores preferidos: el rojo y el azul. Va coloreando la ciudad como un niño va rayando las paredes de su casa. El alcalde chiquito no sabe que Trujillo no es su casa, que es un inquilino nomás. Pinta postes “rojiazules” por doquier, intentó ponerle sus colores al escudo de la ciudad y cambiarle el color al palacio municipal. Si al alcalde chiquito le gusta tanto el rojo y el azul ¿por qué no se alquila un disfraz del hombre araña talla S?
Pero no hay que ser injustos con el alcalde chiquito. El alcalde chiquito “ha hecho plata”, tiene una universidad y un colegio y un canal de televisión y hartos “admiradores”. La universidad del alcalde chiquito, que no es roja ni es azul, lo tiene por todo lados. Su foto “presidencial” se multiplica en las oficinas. Yo también quiero ser vallejiano.
El alcalde chiquito se cree líder, convoca mítines y manifestaciones. Aún no le han dicho sus asesores que los estudiantes de su universidad no son tantos, y que los trabajadores de su casa de estudios son menos. Alcalde chiquito regáleme una gorra, un polito, ya pues.
El alcalde chiquito le “ha parado el macho” al presidente. Lo ha retado a venir a Trujillo. El presidente ha venido a Trujillo y el alcalde, chiquito, le ha dicho que es irresponsable por venir a Trujillo. El alcalde chiquito quiere más Canon, le dan Canon y quiere más presupuesto. ¿Qué será lo que quiere el alcalde chiquito?
Yo quería que gane el candidato chiquito, pero no me gustaba el candidato chiquito. El candidato se convirtió en alcalde y todos celebramos, ya no queríamos ser gobernados por el partido tradicional, ya no queremos.
El alcalde chiquito debe pensar que lo odio, que este es un complot y que seguramente alguien me ha pagado por listarlo así, tan irresponsablemente. El alcalde chiquito cree que todo se soluciona con dinero, perdón, también con becas de estudio. El alcalde chiquito es el abogado de los pobres.
El alcalde chiquito es chiquito. Al alcalde chiquito, el cargo le quedó grande.