lunes, 15 de octubre de 2007

Era un mendigo con treinta céntimos...

El pelao no estaba. El loco tampoco. Ninguno pudo prestarle un sol para regresar a casa y es que su bolsillo moría en la depresión de la soledad. Poco antes de visitarlos, estuvo en el hospital visitando a un enfermó y a quien el médico le pidió unos medicamentos caros que debió comprar con las últimas monedas que coqueteaban con la maltrecha billetera.
El intenso dolor de piernas le hace recordar el momento cuando empezó a caminar por la carretera que lo llevaría a su casa. Lo separaban seis kilóemtros que usualmente los recorría con la mirada que traspasaba la ventana del auto.
Cuenta que decidió correr por la oscuridad porque otro tipo lo seguía, y temeroso decidió marcar distancia entre ambos. Aquel otro tipo no era un ladrón, aunque lo parecía. Corría en la misma dirección que él porque al lado de la carretera se encontraba su casa.
Cansado al correr perseguido por nadie, opta por caminar. La luz de los autos que se acercaban hacía él en dirección opuesta, lo cegaban. Mientras que los vehículos de atrás iluminaban un camino oscuro como el criterio de éste para distribuir sus reducidos ingresos.
Nuevamente se cruzó con la oscuridad del camino pintado con luces de autos. Toma una piedra inmensa para defenderse en caso algún ladrón real se atreva a hacerle daño. Sigue caminando y para olvidar que es un tonto decide cantar. Y aunque desentona, se entretiene. Juega a ser el artista sobre el escenario cuando en realidad no pasa de ser un don nadie.
La distancia a casa se acorta, pero aún así resta mucho por recorrer. Un gallinazo abandona su esquisito platillo de perro, cuando él gritó ahogado en la oscuridad y la rabia de no tener dinero para pagar el pasaje que lo llevaría a ver a su hijo. ¡Ahhhhhhhh!, deja salir de su garganta, para seguir caminando y cantando.
Deja atrás los gallinazos para encontrar de pronto una pareja jugando al papá y la mamá. Se camuflan en la puerta de un colegio a donde también llegó de visita la oscuridad. La chica hace ruidos raros y el tipo también. ¡Alguien pasa!, le dice él a ella, pero al fijón no le importaba los amoríos de esos chibolos arriolas.
Por fin logra divisar su casa. Entiende que el dolor en las piernas es una suerte de penitencia por despilfarrar su dinero y convertirse en un mendigo que guarda en su bolsillo sólo treinta céntimos. ¡Hola papi!, le dice su hijo, a quien abraza y lo lleva a la cama a dormir, mientras ajusta los ojos para no despertar y vivir la pesadilla de la irresponsabilidad.

1 comentario:

Rogger Erick dijo...

Una lección de irresponsabilidad. Cuando uno asume compromisos de padre dejas de pensar en uno mismo, sino en la familia. Esa caminata lo ayudarán a reflexionar a no malgastar el dinero pues esa maltrecha billetera, bien administrada, tiene más que 0.30 céntimos. Ah ese patin le duele las piernas porque está muy gordito. ÁNIMO