miércoles, 31 de octubre de 2007

Pantalón rojo...

Aquella tarde fue la última vez en que nos besamos. Los días han superado los dos meses y aún siento sobre mis labios los suyos, siento su aliento cerca a mí aunque ahora respire a la distancia. Escribo derrotado mientras recuerdo ver su espalda y a ella subir al bus que la llevaría a casa con la prima que gustó acompañarla.
Vestía un chompa de colores a rayas y un pantalón rojo, el mismo que detestaba usar pero que llevo puesto en nuestro primer concierto juntos, y también el día que por última vez nos vimos cara a cara. Aquella tarde -irónicamente- llevaba conmigo un maletín, simbolizando mi partida. No vería más el pantalón rojo porque ella no estará.
Un día antes del adios fuimos al malecón a que la brisa del mar nos acaricie con la misma pasión que nosotros lo hacíamos. Nos tomamos de la mano, nos besamos y nos juramos amarnos siempre, guardar los recuerdos tallados en papel y en el corazón.
"No entiendo por qué te sientes mal", me dijo la chica del pantalón rojo la última vez que hablamos por teléfono. Trataba de dejar constancia que ella no se sentía mal, que prohibió a sus lágrimas dejarse ver por algún extraño mientras caían por su rostro. Y quizás por eso, no entendía que yo sufriera. ¡Ya basta carajo! me digo a mi mismo, pero no puedo...

martes, 30 de octubre de 2007

Libre interpretación


Con esta gráfica lean mi voz en silencio

viernes, 26 de octubre de 2007

Dos polvos...

El papá creído que los colones al tono eran amigos de su hijo -el homenajeado- les regaló una jarra de vino, que les sirvió a los noctámbulos muchachos para congeniar con el mal humor y el cansancio comprados durante el día.
Su rostro embriagado no oculta su alegría por la graduación del hijo que tampoco conocía a los colones, pero sí a unos choches que también eran choches de ellos. Todo pasó tan rápido que nadie reclamó por los colones, pues incluso los trataron tan igual como al hijo graduado.
Vimos como desde la abuelita que acomodaron en un sofá sepultado en un rincón de la sala, hasta la hermana que no estaba guapa pero resaltaba entre las tías rollizas y feas, toneaban sazonados por el vino, ese que el papá le ofreció a los colones mismo candidato presidencial, pidiéndoles a cambio que disfrutaran de la fiesta del amigo que conocieron luego de ingresar a la casa del graduado.
“Tengo seis hijos porque no tenía televisión”, dice el papá ensayando un chiste desgastado en la esquina del barrio. Pero luego en un frustrado intento de filosofar también alcanza a decir que si empezara a ser papá ahora, en el 2007, sólo tendría dos hijos.
¿Sólo dos?, le preguntan al unísono los colones, confundiendo al papá quien entiende se referían a su vida sexual, reconociendo sin reparo que “ahora sólo jalo para dos polvos”. Y fue así como el resto de la noche, los colones llamaron al papá que como Cristo (sorry Jeshu) en las Bodas de Caná multiplicó el vino en un milagro de su bolsillo que los muchachotes celebraron alejados de la felicidad por la graduación del choche de sus choches.
“Chau dos polvos”, supongo que debieron decirle los colones al papá del graduado, pero se reservaron la despedida pues tenían que ahorrar energía para regresar a casa y alejarse de aquella que los recogió por unas horas. Posiblemente, tíos locos como “dos polvos”, continuarán encontrando los colones en su complicado andar por la vida, convirtiéndose en una lección que sólo ellos pudieron observar.

Le ayudaré a no odiarme

Muero de rabia. Me trata como si fuera un huevón más. Escucho a sus dizque amigas reírse porque corto y vuelvo a llamarla al celular. Y aunque me desnudó como un estúpido al contarlo no puedo detener mis dedos y contagiar estas letras de bronca, de impotencia, de mierda.
Dejo el auricular y de pronto vuelvo a tomarlo para llamarla. Trato de contenerme pero caigo vencido en mi estupidez. Hablo con ella y con sutileza me dice que soy un idiota, que yo decidí poner tierra entre nosotros (como dirían unos locos españoles) y que si yo decidí (otra vez) coger mi vida y amasarla, ella también podría. Incluso me confiesa alegremente que tiene planeado salir con chicos y que no debería reclamarle nada, aunque no lo hice con palabras, pero sí con un silencio dolido.
Debemos ser equitativos me dice. Y aunque posiblemente la rabia la rabia me ayuda a escribir, siento que en un momento clave no hubo equidad. Quizás el punto de quiebre fue el cagarnos de miedo y ocultar nuestras cabezas como cobardes avestruces, decirle “NO” a la vida que parimos en un amor que ahora me hace escribir inmerso en la mierda de oírla decirme entre líneas que soy un cojudo.
La rabia también me empujó a pedirle que no me llamara cuando regrese a esta tierra. Y aceptó cuando en otras ocasiones no hubiese dicho eso y si cometía tremenda burrada, ella me corregía con palabras dulces, esas que ahora saben agrio.
Ella planeaba comunicarse conmigo para charlar, pero no más. Le ayudaré a no odiarnos, pero sí alejarnos, a decir NO cuando queremos decir SI, a amar a otro cuando nos amamos en medio de un amor que empieza a desvanecerse.
La promesa de amor eterno posiblemente no se cumpla. Y quizás este texto sea parte de una charla que ahora me niego a imaginar al igual que ella, a quien veo -entre mis ojos cerrados- charlando con las amigas que se burlan de mí por llamarla al celular y presentarme como un honorable estúpido. Agggggg, cdsm... ¡Espera chotano, me falta sólo un párrafo para la nota!... de regreso a la chamba...

martes, 23 de octubre de 2007

Hipócrita: Lo siento señora

Por él, unos chibolos vestidos de escolares se trompearon con policías, los abollaron a pedradas. Por él, un grupo de profesores instigaba a sus alumnos a mecharse con los policías para no permitirle ingresar al cole. Por él, la imagen de un colegio centenario cambió, etiquetándolo como un centro donde la discordia resucitó a raíz de la pugna por la dirección del plantel.
Hace un par de días, él partió. Y aquellos que lo apedrearon al igual que los policías, ahora lo lloran, regalándose lágrimas de cocodrilo. Los instigadores ahora le rinden homenaje y saludan a los deudos. Es decir, una estupenda escenificación de hipocresia, aunque para los hipócritas no lo sea.
"Lo siento señora", se le oye decir a los hipócritas que no sintieron atrincherarse en la puerta del cole para que él no ingresara, y ladraron como perros hambrientos por servirse del bufete de huesos que sirven en el suelo que ahora cubre su ataúd.
Hoy él no está y los hipócritas se apoderarán del lugar que dejó con su partida. Posiblemente sin él, los hipócritas continúen peleándose con quien ose ocupar el podio que aducen por derecho les pertenece. Hasta pronto profe, no esperes a los hipócritas que quizás no te alcancen.

miércoles, 17 de octubre de 2007

Valiente camino a la cruz

* El siguiente escrito fue publicado el 7 de abril del 2007 en el diario donde trabajo. Lo rescaté del archivo porque hoy sentí lo que aquel día. Les ruego llegar al final del texto

Me permito escribir en primera persona para confesarles que estoy temblando. Acabo de regresar de Reque donde las calles del distrito calcaron las calles de Jerusalén en un episodio que azotó a los católicos. Vi a un hombre delgado maltrecho, de barbas largas, pero con una mirada llena de fe. No es un invento, juro que tengo el cuerpo escarapelado, y los ojos llorosos, como muchos que compartieron conmigo la mañana del viernes santo.
De niño me dijeron que un hombre con estas características se llamó hace mucho tiempo Jesús y murió por decirle al mundo que era hijo de Dios. Aquel hombre que observé en Reque era el Mesías parido en Nazareth, interpretado por el actor Víctor Caro Aquino, envuelto en cadenas y sacudido por soldados romanos. “Vitucho” estudia electrotecnia y le apasiona el teatro, así como los 120 actores recanos que conforman la comunidad juvenil cristiana del distrito, y que ayer exhibieron su delicioso arte.
Luego de esquivar la multitud, ingresé a la parroquia San Martín de Thours. Entre los murmullos oí que a la medianoche, Judas, discípulo de Jesús, lo traicionó entregándolo a los sacerdotes, besándole en la mejilla. Me camuflé entre la muchedumbre y noté cómo el Consejo Supremo de judíos encabezado por el sumo sacerdote Caifás juzgaba al Mesías.
Al tiempo que los romanos lo arrojaban al piso para azotarlo con látigos de púas, los sacerdotes en el Sanedrín (tribunal) llamaban a Cristo, insolente y miserable, por decirles que nació para salvar al mundo, incluso a ellos, que perdían autoridad ante la población. ¡Ey, esperen!, les decía a los verdugos del salvador, pero mi voz se perdía entre el grito de aquellos que exigían la muerte de Jesús. Sin ser azotado, sufría, en verdad que me dolía. Oír el sonido provocado por las patadas y latigazos era estremecedor.
Me preguntaba si era justo que lo sentenciaran por blasfemo y lo enviaran al procurador romano Poncio Pilatos para que ordenara su crucifixión. Me resistía como Óscar Martínez que interpretaba a Pilatos, a sentenciarlo. Me negaba a verle doblar sus rodillas, porque él nos salvaría. Porque resucitar a Lázaro, convertir el agua en vino durante las bodas de Cana o reproducir en miles, un pan y un pez, no era pecado, eran milagros.
Judas se ahorcó como un cobarde, huyendo de la vida eterna que Cristo le ofreció y que no aceptó por recibir diez frías monedas de plata.
Aunque era capaz de mostrar su poder ante Pilatos y los fariseos, Jesús cayó. Mantuvo oculto a su ejército divino que fácilmente lo hubiera liberado, incluso cuando compareció frente a Herodes, pues Pilatos lo envió ante él por ser de Galilea.
Debo confesar que me ahogue en la impotencia, cuando Pilatos se lavó las manos, mandó a crucificar a Jesús y liberó a Barrabás. Este era un pedacito del sentimiento de todos quienes vimos el sacrificio del Nazareno.
Antes de ser llevado a la cruz, el salvador fue azotado por los implacables soldados romanos. Su sangre salpicó a los periodistas que cubríamos la escenificación, y veíamos indignados un acto saturado de injusticia. Gritaba como hombre, pese a ser Dios. No clamaba ser liberado, porque prefirió entregarnos una lección de valentía, enseñarnos que la fuerza de nuestra fe nos lleva a la cruz para saltar a la felicidad.
Las gotas de sangre que se deslizaban por su rostro, eran producto de las heridas que dejó la corona de espinas que sus verdugos, parodiando ser sus súbditos, le colocaron sobre la cabeza. A María, la madre de Jesús, le atravesaban el corazón con una espada, y lo confirmó su intérprete Angélica María Castañeda Barbarán al decirlo de rodillas ante el Mesías que empezaba a cargar la cruz. La cara de la virgen dibujaba su dolor, su voz dejaba oír la pena por perder a su hijo, y sus palabras una imperdible enseñanza de sacrificio.
La interpretación de Angélica María fue estupenda, cuando vestida de virgen, entregó a su hijo. No dudo que sus palabras fueron las que utilizó la mujer que parió a Cristo al verlo soportando el peso del madero. No dudo que las lágrimas de la actriz fueron las que María derramó al perder un pedazo de su vida.
Aunque Simón el Cirineo le ayuda a llevar la cruz y La Verónica limpia su rostro, Jesús caía una y otra vez en el camino al monte de Los Olivos, pero se recuperaba para caminar con la firmeza de su predica, del amor que abraza a los cristianos. Al llegar al fin de su calvario y el inicio de la vida eterna, Cristo es despojado de sus vestiduras y clavado de manos y pies, sobre el madero tallado de nuestros pecados.
En la cruz, pidió perdón por quienes le roban la vida corporal, entregó a su madre al mundo, compartió su sed de amor, y suspiró para despedirse temporalmente de los cristianos. Un hasta pronto que se decoró con el aplauso de los devotos que asistieron a la escenificación.

Imperdonable

No le perdono a la fría noche que secara mis lágrimas, no le perdono a mi estupidez que me permita dejarla, no le perdono al reflejo en el espejo acariciarla sólo en el recuerdo, no le perdono a mi cobardía que dejara de luchar, pero sí le perdono al amor que me dejara amarla.
Tampoco le perdono a las decisiones no saber decidir, no le perdono a las dudas que llegasen a dudar, no le perdono a mis brazos no abrazarla, pero sí le perdono a mi vida dejarme vivir con ella aunque ahora no esté conmigo.
No le perdono al sol desplazar a la luna y a la luna dejar que el sol la desplace, no le perdono a la infelicidad hacerme infeliz, no le perdono a la soledad permitirse estar solo, pero sí le perdono a los recuerdos dejarme recordarla.
El punto final me llama y escribo en dirección a este. Y si aceptan disculpas, discúlpenme, porque debo irme.

Nunca ganamos medallas

Son de barrio. De la época en que mamá nos untaba gel en los disparatados cabellos, la misma de los pantalones cortos, cuando nos raspábamos las rodillas al caer, mientras corríamos. Quienes nos mudamos de la niñez, para ser adultos, sacamos del baúl de los recuerdos, aquellos juegos (ahora los llaman tradicionales) que nos regalaron risas y llanto, triunfos y derrotas, alegrías y tristezas, y que hoy están en peligro de extinción.
Es cierto, nunca ganamos medallas que podamos lucir, pero rescatar a estos juegos de la prisión del olvido es la intención de quienes en un pedacito de nuestra infancia vivimos alejados de la tecnología, de los juegos por computadora, del play station, estos que nuestros hijos ahora disfrutan.
Curiosamente, en la semana que enseñaba a mi hijo jugar trompo, conocí a David Cienfuegos Adrianzén. Pueda que sea un loco moderno, pero es profesor de Educación Física en el Centro Educativo de Aplicación de la Universidad Nacional Pedro Ruiz Gallo. Me cuenta que una mañana hace siete años despertó –quizás después de haber soñado ser niño- con la idea de convertir al juego del trompo, rayuela, yackses, canicas, tres en raya, ampay, mata gente, salta soga, y otros, en competencias inter escolares, donde los niños de hoy remeden a los niños de ayer, que ahora son papá y mamá.
Que esta propuesta se extienda por los colegios lambayecanos para luego convertirla en una competencia nacional, es un sueño truncado del profe David, pues el Ministerio de Educación aún no le da el visto bueno; sin embargo, confía que antes de irse de este mundo, lo logrará. Nos sumamos a este sueño. Fuerza loco...

lunes, 15 de octubre de 2007

Era un mendigo con treinta céntimos...

El pelao no estaba. El loco tampoco. Ninguno pudo prestarle un sol para regresar a casa y es que su bolsillo moría en la depresión de la soledad. Poco antes de visitarlos, estuvo en el hospital visitando a un enfermó y a quien el médico le pidió unos medicamentos caros que debió comprar con las últimas monedas que coqueteaban con la maltrecha billetera.
El intenso dolor de piernas le hace recordar el momento cuando empezó a caminar por la carretera que lo llevaría a su casa. Lo separaban seis kilóemtros que usualmente los recorría con la mirada que traspasaba la ventana del auto.
Cuenta que decidió correr por la oscuridad porque otro tipo lo seguía, y temeroso decidió marcar distancia entre ambos. Aquel otro tipo no era un ladrón, aunque lo parecía. Corría en la misma dirección que él porque al lado de la carretera se encontraba su casa.
Cansado al correr perseguido por nadie, opta por caminar. La luz de los autos que se acercaban hacía él en dirección opuesta, lo cegaban. Mientras que los vehículos de atrás iluminaban un camino oscuro como el criterio de éste para distribuir sus reducidos ingresos.
Nuevamente se cruzó con la oscuridad del camino pintado con luces de autos. Toma una piedra inmensa para defenderse en caso algún ladrón real se atreva a hacerle daño. Sigue caminando y para olvidar que es un tonto decide cantar. Y aunque desentona, se entretiene. Juega a ser el artista sobre el escenario cuando en realidad no pasa de ser un don nadie.
La distancia a casa se acorta, pero aún así resta mucho por recorrer. Un gallinazo abandona su esquisito platillo de perro, cuando él gritó ahogado en la oscuridad y la rabia de no tener dinero para pagar el pasaje que lo llevaría a ver a su hijo. ¡Ahhhhhhhh!, deja salir de su garganta, para seguir caminando y cantando.
Deja atrás los gallinazos para encontrar de pronto una pareja jugando al papá y la mamá. Se camuflan en la puerta de un colegio a donde también llegó de visita la oscuridad. La chica hace ruidos raros y el tipo también. ¡Alguien pasa!, le dice él a ella, pero al fijón no le importaba los amoríos de esos chibolos arriolas.
Por fin logra divisar su casa. Entiende que el dolor en las piernas es una suerte de penitencia por despilfarrar su dinero y convertirse en un mendigo que guarda en su bolsillo sólo treinta céntimos. ¡Hola papi!, le dice su hijo, a quien abraza y lo lleva a la cama a dormir, mientras ajusta los ojos para no despertar y vivir la pesadilla de la irresponsabilidad.

sábado, 13 de octubre de 2007

Ayer es el presente

Continúo perdido entre canciones y poemas paridos con el dolor del amor perdido. Camino por las mismas calles en las que sonreimos, caimos y lloramos, y que de pronto se convierten en un laberinto. Me libero para escribir sobre la arena frases que el mar me arrebata.
Despierto cada mañana y no estoy a tu lado. El espejo en el baño revela el reflejo de un rostro vencido por el miedo, arrodillado ante la golpiza de su propia cobardía.
Me duele que el ayer sea aún el presente. Me jode que nos tengamos que convertir en un recuerdo, porque no es fácil sobrevivir en base de sueños, aquellos que nos hacían viajar hasta los días en que guiaría tus pasos cuando te pierdas.
Le ruego vuelva a amar, mientras lloro por el amor que le quité. Iré a limpiar mi rostro. Hasta pronto...

sábado, 6 de octubre de 2007

Última o penúltima?

Me pidió que lucháramos y continuáramos amándonos como sólo nosotros sabemos hacerlo. Amándola le dije "no". Oi llorar a su corazón, mientras el mío se olvidaba de vivir para el amor. Preferimos despedirnos, pero antes de decir adiós una promesa se colaba entre nosotros, gritándonos el uno al otro que siempre nos amaremos, que no saltaremos a ser un recuerdo.
Antes de confesarle que regresaría al pasado, le revelé mi temor por no volver a oir su voz decirme "te amo". Temía que aquella sea la última ocasión en la que charlaríamos, cuando prefería que sea la penúltima, y la siguiente continúe en la misma condición.
Me resistía a abandonar el lugar donde nos habíamos amado, pero de pronto alguien tocó a la puerta. Mi viejo llegó de la mano con el sol que supliría a la luna en la chamba de iluminar este mundo. Me saludó, abrazó y empezamos a empacar. La cama en la que muchas veces hicimos el amor, era desarmada junto a este corazón moribundo.
"Hoy se derrumba nuestro futuro, hoy me ahogaré en alcohol para olvidar que te amo, hoy también muero", decía un mensaje de texto que recibí de ella, mientras guardaba en el bolsillo mi cobardía y entregaba a la dueña de casa la llave que abrió la puerta a aquel pequeño cuarto que permitió amarnos y llegar a la luna.
¡Vamos carajo! me gritaba mi viejo desde la camioneta que me llevaría al pasado. ¡Adiós señora!, le dije a la tía del cuarto. ¡Adiós joven, cuidese!, me respondió con una sonrisa, la misma que escapó de mi rostro. Subí al auto y aquí estoy, muriendo reina...

viernes, 5 de octubre de 2007

Consejos de mierda...

Escucha a su hijo decir al otro lado del fono: "ta'mare", evidenciando su molestia por charlar. Se queja consigo mismo y quiere mandar a la mierda a todo mundo, incluso al niño al que le regaló la vida. Pero se detiene, respira hondo, y trata de hablar con el nene, quien responde "porque quiero", al preguntarle por qué estaba molesto. Eso le jodió más.
En esos momentos entendía que ningún consejo de mierda surtiría efecto. No quería escuchar a nadie decirle que debe tomar todo con calma cuando lo único que deseaba era golpear a alguien, sujetarlo del cuello y llenarlo de patadas.
Resulta fácil aconsejar porque también lo había hecho, pero alejado del problema de otros, así como aquellos estaban distante de sus problemas, ensayando recetas fáciles de recitar. Esos consejos de mierda son en escencia esto último, aunque cometa la torpeza de redundar en esta oración.
La vida le permitirá seguir oyendo a su hijo renegar por una conversación telefónica forzada, pero también escuchará miles de consejos gestados en el paraiso del optimismo, al otro lado de la orilla donde en ese momento renegará porque no tiene plata, porque en el trabajo lo putearon o porque el amor se esfumó tras una fogata que él mismo encendió para contrastar el brillo de la luna.
Los consejos tratan de evitar que el sufrimiento de quienes amamos se prolongue, pero también sirven para recordar que hay un problema que solucionar y que el gestor de esta crisis es uno mismo, o en el peor de los casos, nace del ser amado.
Una sonrisa desdibujada asoma la imagen de la tristeza que un consejo de mierda no borrará de pronto. Mastiquemos la joda y digeramos la broca es otro consejo de mierda al que no deben atender...

lunes, 1 de octubre de 2007

A la gente que latea...

Hoy fue un día de halagos mentirosos, de encuentros con famosos desconocidos y de discursos hipócritas. Algunos con terno (los que huevearon), otros con zapatillas, jean y una polera, celebraron muy a su estilo el Día del Periodista.
A Dios gracias este año no repitieron la frase trillada que "el periodismo puede ser la más noble de las profesiones o el más vil de los oficios". Y es que a los oradores de turno -supongo- se les prendió el foco y prefiririeron ahorrarse el abucheo que muchos de nosotros hubiésemos hecho, pero internamente, en caso se animaran a lanzar la frasesilla del tío Miro Quezada.
Todos aquellos que se molestaban y nos mandaban a la mierda por criticarlos, ahora se lucían con palabras bonitas que debíamos creerle. Aquellos eran las autoridades invitadas y que bostezaban cada vez que podían, mientras disimulaban su aburrimiento con una sonrisa picarona.
Aunque a todos nos conocen aunque sea nuestra mamá, ayer muchos de los que lateamos a diario en busca de la noticia, nos encontramos con gentita que jamás habíamos visto ni en pelea de perros y decían ser periodistas. Estos desconocidos se ufanaban de chambear como locos, pero en sus casas, porque ahí fueron después de terminar la universidad, en el caso de aquellos que fueron, porque a otros los recogieron del parque.
Termino el día cansado y alejado de celebraciones, aquellas que gozan los desconocidos que esperarán mañana para colgarse del trabajo de otros y llenarse la boca de críticas que hacen a través de un micrófono de radio, pero no de frente, porque se cagan de miedo.
Este espacio se lo dedico a los locos que en realidad aman el periodismo. Y al gran Ericksan que partió antes de tiempo, dejando un gran vacío entre los que lloramos su partida y que mañana continuaremos lateando porque la edición nos espera. ¡Señor presidente, espereeeeeee!....

Empapados de ayer... La última carta

Te juro que el punto al final de este texto será lo ultimo que sepas de mi, aunque este muriendo por dentro… Sé que he sido un tonto y que mis indecisiones me alejan de ti. No sé si la felicidad de ¿? sea el consuelo ante nuestra infelicidad, pero lo que estoy seguro es que siempre te amare, como algún día lo juramos: hasta la luna y rebotando.
Volver a verte otra vez será bastante difícil porque veré a tus ojitos y los míos empapados en ayer, en las noches nuestras, en los besos inacabables, en un te amo que asesine. La dulzura de nuestro amor nadie lo ve, sólo nosotros lo sentimos y vemos a un montón de sueños rotos perderse entre nuestras manos.
Los días, semanas, meses y años pasarán. Y quizás cuando vuelvas a enamorarte me dirás en nuestro próximo encuentro que fui un error y que lo que sentías por mi fue producto de una confusión, que en realidad no estabas enamorada aunque ahora lo creas.
No tolero la idea que alguien mas pueda abrazarte, besarte y… Me jode que no vuelvas a perderte entre mis brazos y que tus labios jamás rozarán con los míos en un beso colmado de amor. Me muero de rabia que tu amor no sea mío pronto, que tus sueños por las noches le pertenezcan a otro, que si regreso no estarás ahí esperándome porque no es justo para ti reina mía, reina de nuestro reino.
Si creo en la existencia del amor es por ti, y si no te supe amar fue por mi estupidez e inseguridad.
Te encontré un día de verano y me enamore el día en que la vida mía se convirtió en un paraíso. Ahora este jardín se convirtió en un campo de batalla donde fallezco moribundo.
Adiós reina, hasta nunca mi amor. Te prometo que no te molestare más, que podrás ser feliz aunque yo muera.