lunes, 26 de noviembre de 2007

viernes, 23 de noviembre de 2007

El goleador en la esquina

Se despojó de los brazos flacos por unos fornidos, los mismos que decoró con tatuajes que enfadaron a sus padres. Por decisión del tiempo dejó de ser el niño que corría tras un balón en las empedradas calles de barrio, para convertirse -por decisión propia- en el jovenzuelo que corría tras su cómplice cada vez que la policía descubría que llevaban consigo dinero, celulares y bolsos que no les pertenecían.
Lucho estaba lejos de convertirse en un crack de fútbol, sin embargo -hace cinco años- era el goleador del barrio, el chibolo que en cada campeonato de fulbito nos llevaba hasta la final con sus goles, privándonos de penas durante los minutos que saltaba a la cancha.
Desde el abuelito que olvidó sus dientes en un vaso con agua, hasta la tía cucufata que nos reventaba los balones que rompían las lunas de sus ventanas, llegaban a la cancha a gritar y saltar, alentando a los muchachos capitaneados por Lucho. Era imposible quedarse en casa cuando los chibolos jugaban. Incluso las tías noveleras dejaron de llorar por ridiculeses para llorar por la alegría que venía empaquetado junto a los goles de Lucho, y claro también del resto de chicos, pero en especial de Lucho, porque era nuestro goleador.
¡Goool, mierda!, gritábamos en coro, cada vez que Lucho vencía al arquero contrario de turno. Y estaba justificado ir al médico a curar la garganta porque Lucho hizo el gol del campeonato. De aquella frase, sólo queda lo últomo. ¡Mierda Lucho, la cagaste!, le escucho decir a su tío, mientras cruzo por la esquina de la casa del chibolo que ahora tiene 20 años. El goleador en la esquina descansa después de una tormentosa noche en la que casi mata a un parroquiano que lo enfrentó porque no permitió le robara.
Debo confesar que el cuadro de Lucho sentado en la esquina de su casa, me recordó con merecida pena al chiquillo que animaba a ganar antes de cada partido de fulbito, y felicitaba después de los triunfos. ¡Hola tío!, gritó hacia mí luego de pillarme que lo observaba a lo lejos, mientras oía que su verdadero tío le recordaba a gritos que si continuaba jodiendo, abandonaría la esquina del barrio por una esquina apestosa en alguna celda.
El goleador en la esquina dejó de regalarnos alegrías en la cancha, para canjearlas por nostalgia. Es de noche, y quizás Lucho alista su viaje a la esquina de la celda que su tío le ofreció por su desatinada decisión de robar. "Te esperamos en la cancha", quisiera decirle mañana, pero talvez se lo diga el domingo, día de visita en los penales, pero entonces la espera será larga.

domingo, 18 de noviembre de 2007

Córtate los dedos...

"Puedo contarlos con los dedos de la mano", dice la novia de mi amigo mientras mi amigo come un chaufa y oye como la mujer a quien ama hace un breve repaso de su pasado, del que duda calificarlo como amoroso, porque entiende que el amor no se presentó antes frente a ella hasta que lo conoció. Es optimista, o es que acaso quiere evitarse maquinar ideas locas y discutir sobre el arribo del amor a su vida. Si llegó antes y murió, o recién llegó cuando mi amigo la conoció.
Y es que siempre hay un antes y un después. Mi amigo entiende eso porque el comentario de su novia nace a raíz de otro del choche que trato de hacer gala de sus añejos dotes de don Juan en la universidad. Mi amigo compartió espacios de su vida adolescente con chicas de las que sólo recuerda en mancha. Es decir, sabe que fueron varias, no sabe cuantas exactamente, sólo que fueron varias. El no podría contarlas con los dedos, lo que diferencia a su novia de este tipo bonachón para pocos y odioso para muchos.
Mi amigo y su novia conocen que el presente feliz o lleno de penas puede convertirse en ese "antes" o "después". Lo es ahora, lo fue hace algunos años y lo será en adelante.
En fin, mi amigo no quiere saltar de un trabalenguas a una discusión porque "antes" no será "después". Sin embargo mi amigo le sugiere a su novia que después de contar a los cinco chicos con los dedos de una mano, se corte los otros cinco dedos y deje de contar. Le pide, mientras ella sonríe, que el quinto sea él, y que sólo utilice su mano para acariciarle el rostro y no para contar nuevos pretendientes.
La novia de mi amigo acepta asesinar sus dedos como un sacrificio de amor. Mi amigo agradece que su novia le regale su vida y deje de practicar matemática. Se besan y abrazan con fuerza porque la luna se acerca así como el bus que llevaría a mi amigo a la distancia. Las lágrimas se despiden también y se deslizan hasta el corazón de mi amigo y su novia. "Córtate los dedos", le recuerda él a ella quien vuelve a sonreir para maquillar la pena del adiós...

miércoles, 7 de noviembre de 2007

(falta una letra)ulón te quiero...

Por su mala costumbre de reenviar cadenas ridículas es que no suelo abrir todos los email que el ulón me envía. Lo admiro por su exquisita forma de convertir en arte las palabras, y aunque él dice lo mismo de mí no le creo. Hace poco recibí un email suyo y no logré leerlo por la prisa de checar otros que posiblemente en ese momento eran "más importantes". Tremendo e imperdonable error el mío pues no compartí de inmediato la alegría del chibolo que conocí en una cabina de radio.
Ese flaco pálido de greñas largas y andar raro había convertido su verso delicioso en palabras del mismo sabor. En el email, el ulón me comunicaba alejado de la absurda vanidad que era uno de los ganadores de un concurso nacional de reportajes. Recién me enteré cuando con sutileza me reprochó por el chat no celebrar su triunfo.
"Déjame alegrarme por ti amigo", le pedí al ulón ganador. Recordé de pronto su paseo por el sótano de la Radio Universitaria y el salto al inolvidable Planeta Universidad, herencia que me cedió con su partida a Trujillo. Mude del pasado al presente la joda cuando George, un rector con pinta de brito, le obsequió un libro con la biografia del tipo cuyo nombre es usado para darle cache a la universidad donde el ulón fue a estudiar Ciencias de la Comunicación.
Reviví la sal de la canchita que el ulón llevaba en una bolsa chequera para desayunar en las madrugadas que cubríamos los exámenes de adminisión a la universidad donde inicialmente estudiamos, en ciclos diferentes. Resucité también la borrachera cagona en la casa de Flopi y nuestro último encuentro en Trujillo, cuando lo saludé luego que el borracho de Bryce terminase de contarnos sus celebres historias, ocultándonos la afición de plagiar textos.
Ulón te quiero y no es mariconada. Regálame un abrazo a la distancia para contagiarme de ese don que te envidio porque a mi me lo privaron. Te envié un abrazo con Mary y Ana. Recíbelos de mi parte...

viernes, 2 de noviembre de 2007

Fueron cuatro, no dos

"Se acabó la sesión", fue la frase que utilizó antes de despedirnos con un beso en los labios. Minutos antes tomé sus manos entre las mías y luego las liberé como suelo hacerlo con nuestro amor. Lloramos porque no podíamos evitarlo y nos reprochamos el uno al otro nuestras pésimas decisiones que nos llevaron a tomar un yogurt separados por una mesa, después de dos meses de habernos dejado de frecuentar.
Le dije que el tiempo es un ocioso asesino del dolor en el pecho y que le ayudaría a liquidarlo. Me dijo que no era un juguete poco después que le propuse regresar, y tenía razón. Trataba de hablar de otro tema que no fuéramos nosotros y beber el yogurt cada vez que tenía deseos de llorar. La estrategia del yogurt funcionaba, así que opté por calcarla cuando sentía que me derrotaba la fuerza del corazón dolido, ese que el ocioso tiempo no mata.
No pudimos ocultar que deseábamos llegar a la luna saltando la línea del beso, pero el NO de la prudencia la detuvo a ella antes que mí. Luego me dijo que sería alguien especial siempre, pero no tardé en decirle que eso sería convertirme en un recuerdo alejado del presente. Le recordé que la amaba, y aunque ella lo sabía, lo oía y contenía las lágrimas que el corazón descarado no podía bajo aquel pecho que se mantenía distante al mío.
En algún momento llegamos a ser el punto de atención del lugar donde bebíamos el yogurt. "Todo lo que tienen que ver la señora por dos soles", me dijo tratando de explicar que no era necesario insistir en lo mismo.
Le pedí que fuéramos a la puerta cuando en realidad quería pedirle que visitáramos al señor que firma el papel para dejar el pasado en la misma condición y regalarme el presente con la reina. No se lo dije, porque ciertamente no era un juguete. Coincidimos en decirnos que aquella sería la última en que nos veríamos de cerca, pero luego reflexionó y dijo que posiblemente sea la penúltima.
No podíamos despegarnos de la silla que soportaba nuestra pena por alejarnos y darnos la espalda. Ella lo hizo y me dirigí por el mismo camino que ella tomó, pero de pronto dio la media vuelta, me vio, sonrió y partió... Por cierto reina, por el yogurt fueron cuatro y no dos soles, así que la tía cobró por soportarnos... HLLYR

jueves, 1 de noviembre de 2007

Regreso en silencio

Ella regresó pero no me llamó. Le marqué al celu para saber cómo estaba en el fin de semana largo que no imaginé utilizaría para regresar a esta tierra. Y aquella llamada me permitió saber que volvió sus pasos, pero sólo por unos días, y que me regalaría sólo unos minutos (quizás dos) para volvernos a ver.
Dudo que merezca esta chance, pero ruego que no se arrepienta y me permita verla de cerca. Y aunque no la besaré ni acariciaré, me bastará con mirarla a los ojos, esos que lloraron con los míos por alejarnos.
Lo que suceda en ese reencuentro será el lado opuesto a lo que deseo, y posiblemente ella también. La charla empezaría con un saludo silencioso, acompañado de un tartamudeo comprensible por el nerviosismo de enfrentar el amor con la distancia aliada al frío del desamor.
Esperaré su llamada. Ojalá y no tarde...