jueves, 7 de febrero de 2008

Calculo que estoy mal...

Era insoportable. De regreso a casa en un bus interprovincial me asaltó un dolor abdominal que me torturó durante tres horas, hasta descender. No sólo me jodía el malestar, sino que este haya interrumpido el sueño con la reina, aquella bella mujer a quien amo indesmayablemente y que no perdona me portara como un estúpido, y la entiendo, pero no lo acepto. Y es que mi amor por ella me empuja a luchar, y no rendirme, sin buscar claro saltar de villano a héroe.
Sentía que los pasajeros del bus me verían morir. Atiné a enviarle mensajes de texto al celular de una amiga de ojos jalados, cachetes enormes y nariz en proceso de extinción. Le comuniqué que desfallecía sentado, esperando mi turno de partir al otro mundo, pero además que nadie -por el amor que juran al prójimo- decidía ayudarme. Ella también interrumpió algún sueño húmedo para llamarme. Mi voz entristecida y golpeada por la distancia con la reina y el dolor abdominal, me delató. Estaba rosando alguna enfermedad.
El bus había dejado atrás ocho horas de viaje, pero aún restaban tres horas, que para mí se convirtieron en inacabables 10,800 segundos, que los contaba uno a uno, mientras esperaba que el dolor se despidiera. La llamada de mi amiga me alentó, pero ella desde su cama no podía ayudarme. Quienes si pudieron auxiliarme no lo hicieron. El chofer y el copiloto recién atendieron los golpes de la puerta cuando empecé a patearla, desesperado porque el dolor me vencía. Le pedí al chofer detenga el bus para tratar de despedir algunos alimentos que supuse me molestaban, pero indudablemente yo no era su prioridad. Me facilitaron un algodón empapado en alcohol para olerlo y detener cualquier arremetida de vómito. Y si eso no funcionaba, una bolsa de plástico podía acoger lo evacuado.
Apenas vi que la puerta del bus se abrió, salí corriendo de este con dirección al baño de la agencia, desde donde volví a llamar a mi amiga, que por su obligaciones de madre no podía ir a buscarme, decidiendo entonces llamar a mi mamá, porque sabía que las viejas nunca fallan. Para entonces, el sol se asomaba, iluminando la oscura noche que me martirizó.
El dolor se intensificó, obligándome a ir al hospital, hasta donde me llevó un taxista a cambio de tres soles. Para mí, este dolor era una emergencia, pero para los médicos no. Tardaron casi media hora en atenderme, y decirme que aquel dolor abdominal podría ser un indicio de cálculos renales, descartando que aquello pueda ser una complicación estomacal, porque además obvié decir que durante el fin de semana la tristeza sólo me invitó un almuerzo con la reina, y una galleta.
Me inyectaron por todo el cuerpo con la intención que los medicamentos patearan el dolor, pero no fue así durante todo el día en que además no pude ir a trabajar. Me recomendaron buscar respuesta a las dudas médicas en análisis clínicos que espero hacerlo pronto. Bajé increíblemente dos kilos de peso en una época en que la crueldad del amor me lastima. Me obligaron a pelearme con la comida chatarra, pero nadie me obligará a reñir contigo... HLLYR

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