viernes, 23 de noviembre de 2007

El goleador en la esquina

Se despojó de los brazos flacos por unos fornidos, los mismos que decoró con tatuajes que enfadaron a sus padres. Por decisión del tiempo dejó de ser el niño que corría tras un balón en las empedradas calles de barrio, para convertirse -por decisión propia- en el jovenzuelo que corría tras su cómplice cada vez que la policía descubría que llevaban consigo dinero, celulares y bolsos que no les pertenecían.
Lucho estaba lejos de convertirse en un crack de fútbol, sin embargo -hace cinco años- era el goleador del barrio, el chibolo que en cada campeonato de fulbito nos llevaba hasta la final con sus goles, privándonos de penas durante los minutos que saltaba a la cancha.
Desde el abuelito que olvidó sus dientes en un vaso con agua, hasta la tía cucufata que nos reventaba los balones que rompían las lunas de sus ventanas, llegaban a la cancha a gritar y saltar, alentando a los muchachos capitaneados por Lucho. Era imposible quedarse en casa cuando los chibolos jugaban. Incluso las tías noveleras dejaron de llorar por ridiculeses para llorar por la alegría que venía empaquetado junto a los goles de Lucho, y claro también del resto de chicos, pero en especial de Lucho, porque era nuestro goleador.
¡Goool, mierda!, gritábamos en coro, cada vez que Lucho vencía al arquero contrario de turno. Y estaba justificado ir al médico a curar la garganta porque Lucho hizo el gol del campeonato. De aquella frase, sólo queda lo últomo. ¡Mierda Lucho, la cagaste!, le escucho decir a su tío, mientras cruzo por la esquina de la casa del chibolo que ahora tiene 20 años. El goleador en la esquina descansa después de una tormentosa noche en la que casi mata a un parroquiano que lo enfrentó porque no permitió le robara.
Debo confesar que el cuadro de Lucho sentado en la esquina de su casa, me recordó con merecida pena al chiquillo que animaba a ganar antes de cada partido de fulbito, y felicitaba después de los triunfos. ¡Hola tío!, gritó hacia mí luego de pillarme que lo observaba a lo lejos, mientras oía que su verdadero tío le recordaba a gritos que si continuaba jodiendo, abandonaría la esquina del barrio por una esquina apestosa en alguna celda.
El goleador en la esquina dejó de regalarnos alegrías en la cancha, para canjearlas por nostalgia. Es de noche, y quizás Lucho alista su viaje a la esquina de la celda que su tío le ofreció por su desatinada decisión de robar. "Te esperamos en la cancha", quisiera decirle mañana, pero talvez se lo diga el domingo, día de visita en los penales, pero entonces la espera será larga.

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