miércoles, 12 de marzo de 2008

Encontré a la virgen


Después de verla por primera vez, la encontré en una combi, donde la miré con disimulo. Hace poco, la volví a ver sujetando un micrófono de un canal de tv, y recordé que ella me confesó que estudiaba periodismo. Retrocedí en el tiempo y la vi vestida de Virgen María en una escenificación por Semana Santa. Busqué en mi archivo en el diario y encontré en la carpeta del 7 de abril del 2007, el texto que ahora les presento, porque fue uno de los que pese a ser el autor, me conmovió por el realismo con que jóvenes actores presentaron las últimas horas de Jesús ante los ojos de los católicos.


VALIENTE CAMINO A LA CRUZ

· Sencillamente exquisita fue la puesta en escena de los minutos previos a la muerte del Mesías por 120 actores de la comunidad juvenil cristiana de Reque. Provocaron sentimientos encontrados, que coincidían en las lágrimas de los cientos de feligreses que participaron. Las familias recanas postergaron las tradicionales películas de semana santa por ver a los protagonistas locales. El profesionalismo de los jóvenes actores dejó sorprendido a más de uno.

Antonio Bazán Chero. Chiclayo

Me permito escribir en primera persona para confesarles que estoy temblando. Acabo de regresar de Reque donde las calles del distrito calcaron las calles de Jerusalén en un episodio que azotó a los católicos. Vi a un hombre delgado maltrecho, de barbas largas, pero con una mirada llena de fe. No es un invento, juro que tengo el cuerpo escarapelado, y los ojos llorosos, como muchos que compartieron conmigo la mañana del viernes santo.
De niño me dijeron que un hombre con estas características se llamó hace mucho tiempo Jesús y murió por decirle al mundo que era hijo de Dios. Aquel hombre que observé en Reque era el Mesías parido en Nazareth, interpretado por el actor Víctor Caro Aquino, envuelto en cadenas y sacudido por soldados romanos. “Vitucho” estudia electrotecnia y le apasiona el teatro, así como los 120 actores recanos que conforman la comunidad juvenil cristiana del distrito, y que ayer exhibieron su delicioso arte.
Luego de esquivar la multitud, ingresé a la parroquia San Martín de Thours. Entre los murmullos oí que a la medianoche, Judas, discípulo de Jesús, lo traicionó entregándolo a los sacerdotes, besándole en la mejilla. Me camuflé entre la muchedumbre y noté cómo el Consejo Supremo de judíos encabezado por el sumo sacerdote Caifás juzgaba al Mesías.
Al tiempo que los romanos lo arrojaban al piso para azotarlo con látigos de púas, los sacerdotes en el Sanedrín (tribunal) llamaban a Cristo, insolente y miserable, por decirles que nació para salvar al mundo, incluso a ellos, que perdían autoridad ante la población. ¡Hey, esperen!, les decía a los verdugos del salvador, pero mi voz se perdía entre el grito de aquellos que exigían la muerte de Jesús. Sin ser azotado, sufría, en verdad me dolía. Oír el sonido provocado por las patadas y latigazos era estremecedor.
Me preguntaba si era justo que lo sentenciaran por blasfemo y lo enviaran al procurador romano Poncio Pilatos para que ordenara su crucifixión. Me resistía como Óscar Martínez que interpretaba a Pilatos, a sentenciarlo. Me negaba a verle doblar sus rodillas, porque él nos salvaría. Porque resucitar a Lázaro, convertir el agua en vino durante las bodas de Cana o reproducir en miles, un pan y un pez, no era pecado, eran milagros.
Judas se ahorcó como un cobarde, huyendo de la vida eterna que Cristo le ofreció y que no aceptó por recibir diez frías monedas de plata.
Aunque era capaz de mostrar su poder ante Pilatos y los fariseos, Jesús cayó. Mantuvo oculto a su ejército divino que fácilmente lo hubiera liberado, incluso cuando compareció frente a Herodes, pues Pilatos lo envió ante él por ser de Galilea.
Debo confesar que me ahogue en la impotencia, cuando Pilatos se lavó las manos, mandó a crucificar a Jesús y liberó a Barrabás. Este era un pedacito del sentimiento de todos quienes vimos el sacrificio del Nazareno.
Antes de ser llevado a la cruz, el salvador fue azotado por los implacables soldados romanos. Su sangre salpicó a los periodistas que cubríamos la escenificación, y veíamos indignados un acto saturado de injusticia. Gritaba como hombre, pese a ser Dios. No clamaba ser liberado, porque prefirió entregarnos una lección de valentía, enseñarnos que la fuerza de nuestra fe nos lleva a la cruz para saltar a la felicidad.
Las gotas de sangre que se deslizaban por su rostro, eran producto de las heridas que dejó la corona de espinas que sus verdugos, parodiando ser sus súbditos, le colocaron sobre la cabeza. A María, la madre de Jesús, le atravesaban el corazón con una espada, y lo confirmó su intérprete Angélica María Castañeda Barbarán al decirlo de rodillas ante el Mesías que empezaba a cargar la cruz. La cara de la virgen dibujaba su dolor, su voz dejaba oír la pena por perder a su hijo, y sus palabras una imperdible enseñanza de sacrificio.
La interpretación de Angélica María fue estupenda, cuando vestida de virgen, entregó a su hijo. No dudo que sus palabras fueron las que utilizó la mujer que parió a Cristo al verlo soportando el peso del madero. No dudo que las lágrimas de la actriz fueron las que María derramó al perder un pedazo de su vida.
Aunque Simón el Cirineo le ayuda a llevar la cruz y La Verónica limpia su rostro, Jesús caía una y otra vez en el camino al monte de Los Olivos, pero se recuperaba para caminar con la firmeza de su predica, del amor que abraza a los cristianos. Al llegar al fin de su calvario y el inicio de la vida eterna, Cristo es despojado de sus vestiduras y clavado de manos y pies, sobre el madero tallado de nuestros pecados.
En la cruz, pidió perdón por quienes le roban la vida corporal, entregó a su madre al mundo, compartió su sed de amor, y suspiró para despedirse temporalmente de los cristianos. Un hasta pronto que se decoró con el aplauso de los devotos que asistieron a la escenificación.

1 comentario:

Rogger Erick dijo...

No vale copiar los artículos. Ah y cuidadito te creas San José. Sino te conociera angelito