domingo, 29 de junio de 2008

Podrías ser tú...

Las arrugas en su piel son medallas de sabiduría. Triunfaron sobre el tiempo, sin embargo recibieron por recompensa el olvido de quienes en tiempos mozos celebraban un amor que ahora profesan a la distancia, entre la vergüenza y el silencio.
Son padres sin hijos, abuelos sin nietos, hermanos sin hermanos. Son ochenta y cinco los ancianos que descansan en el asilo San José de Chiclayo. Ellos a diferencia de nosotros que ingresamos al albergue luego que Sor Justina nos abriera la puerta, ingresaron debido a la indiferencia de su familia que los acomodó en un espacio del asilo.
Durante la hora que nos permitieron compartirla con los ancianos, ellos no disimularon la pena porque sus días se acercan al último adiós, y sus seres -en teoría- queridos siguen como no habidos, como espantados.
Don José Saavedra Medina nos cuenta que casi siempre los acompaña la soledad y cuando no, se acompañan entre ellos, sumergidos en conversaciones añejas, de aquellos años en los que dominaban el mundo con la fuerza que perdieron al comprar arrugas. A este anciano de nueve décadas de vida lo encontramos mientras limpiaba uno de los ambientes de esta casa, su casa desde hace seis años. Dice que tomó la escoba y el recogedor para ayudar a las hermanitas y sentirse útil, pues entiende que sus nueve hijos decidieron internarlo en el asilo por considerarlo incapaz
Al despedimos el abuelito Pepe nos entrega su mano derecha y una frase. Mientras sentimos que la mano tiembla por el parkinson que lo aqueja, le oímos decir que “todo cristiano tiene familia”, y de pronto sentimos el temblor interno cuyo epicentro -nos confiesa- en su corazón dolido por sentirse abandonado.
Sabino Maquera es otro anciano con quien charlamos. Aunque preferiría no saberlo, conoce quién lo tomó del brazo desde casa en Pimentel hacia el asilo, y sufre. Es su hijo -uno de los cinco que procreó- quien tiene por costumbre no visitarlo. Recuerda que al llegar a Chiclayo desde su natal Puno, vendía helados para mantener a su familia, esta que ahora lo desatiende.
Seguimos caminando y encontramos a don Lorenzo Cotrina. Es el primero que nos saluda con una sonrisa. Es el primero que nos reta a adivinar su edad y nos derrota. Mientras celebra su triunfo, nos revela haber cumplido 76 años en este 2008 que en seis meses se despedirá como se despidieron sus hijos que ahora viven en Motupe, cerca de la Cruz de Chalpón a la que reza diariamente por no dejar de sonreír.
Con Miguel nos despedimos de los abuelitos con el deseo que se derrita el corazón congelado de los hijos que quisieron quedarse sin padres, los nietos sin abuelos y los hermanos sin hermanos.

martes, 24 de junio de 2008

Amor eterno?

Hasta hace algún tiempo, poco antes de perderle el rastro, ella le decía a él: te amo. Ayer revisé su hi5, chequé sus fotos y seguía igual de guapa como hace algunos años, pero las palabras de amor que solía oír o leer ya no tenía como destino a mi amigo. Ella, quien también es mi amiga, le decía -en los comentarios del hi5- “te amo” a alguien que nunca había visto, un tipo desconocido, que evidentemente había reemplazado al choche.
No quiero jugar con palabras por mi ánimo absurdo de ocultar la identidad de mis amigos, pero jamás imaginé que ellos terminaran su relación que incluso supuse (¡qué tonto!) terminaría en boda. Podía imaginarme que el día sería noche, que los animales hablarían como en los dibujos animados, que Chávez abrazaría a Bush, que Fidel supla a Benedicto, o que pueda escribir tan igual de bien como Renato Cisneros, pero nunca (lean bien: nunca) que mis amigos se dirían adiós, y menos que saltaran del amor al odio.
Recuerdo el día cuando cada uno por su lado me dijo que había soñado con el otro. Aquella coincidencia me hizo presagiar que el amor sembrado entre ellos cosecharía indudablemente amor. Pero a la larga me equivoqué. Claro, me enteré recién hace poco en un paseo cibernético.
El pánico despertó en mí luego de leer comentarios desbordados de amor, después de repasar de un extremo a otro, frases cariñosas que escondían deseos nocturnos. No concebía que ella ya no lo amara, no entendía por qué él tampoco la amaba. Me pregunté entonces si el amor es en verdad eterno, si las promesas de luchar contra la adversidad rompen nuestros propios miedos, y si la fuerza del corazón no fallece tras un beso.
Coincidentemente después de checar el hi5 de ella, me encontré en el Messenger a quien en un pasado cercano le robaba el sueño. Apareció como si ellos, sin proponérselo, quisieran decirme que ciertamente el amor no es eterno, que es asesinado o se suicida impotente por la mierda que no derrotó.
Él me confesó que se mandaron al carajo, pero no detalló los motivos que los alejó. Tampoco se los pregunté, pues caminaba hacia un ineludible coma clínico. Luego me dijo que aquella fue la mejor decisión que tomó en su vida, que es feliz por haberse separado de la mujer que decía amar, y que públicamente se declaró enemigo de su ex compañera, la misma que lo envolvía entre sus brazos mientras hacían el amor.
Cómo garantizar entonces que el amor no se desvanecerá, cómo tener la certeza que el amor nos acompañará siempre, cómo no suponer que este caso es sólo uno de miles, y que el nuestro puede ser el siguiente.

domingo, 22 de junio de 2008

Busco consuelo

Sé -porque aunque parezca tonto, no lo soy- que la vida tiene por mal hábito regalarte decepciones, pero cuando estas son amorosas, la fuerza para recuperarte por el mal paso, es muy poca ante la arremetida de recuerdos que te bombardean el corazón y el alma. Sé también que este mal rato es temporal, durará el tiempo que quiera; pero mientras interiorizamos que nuestra vida no termina tras un adiós, dedicaremos las 25 horas del día, llorando.
Mientras dejo de llorar por una decepción, me gustaría conocer historias anónimas o con nombre propio, donde me cuenten cómo hicieron para mandar al carajo toda la rabia. Escirbo este breve post como una suerte de invitación para quienes sin conocerme o conociéndome, me regalen la fórmula para no estar depre. Ojalá y pronto lea entre los comentarios una historia que calque la mía, y adjunto a esta, la solución al problema, que por ahora me es esquivo.
Hoy y por mucho tiempo no podré brindar por el amor, por el enamoramiento, por los viajes a la luna, a las estrellas o a donde quieran volar abrazados al ser amado. Hoy busco consuelo, espero su ayuda...

jueves, 19 de junio de 2008

Ellas también son floreras...

Quien ama lucha. Quien ama no huye. Quien ama soporta la golpiza que la vida se empeña en darnos cuando nos aventuramos a entregar la vida propia a quien nos roba suspiros, aprieta nuestro corazón e invade nuestras noches, incluso con los ojos cerrados.
En la vida he encontrado a mujeres (no recuerdo cuántas) que por regular tiempo juraban amarme. No reparaban en compartir la función de galán conmigo. Me decían que sacrificarían todo con tal de estar siempre a mi lado. Ese poder de convicción calcado en el discurso de todas las chicas, ciertamente me cegaban, me transformaban en un hombre pensante en un reverendo estúpido que idealizaba a las féminas.
Meses más, meses menos, y hasta años pasaron para que una a una, en diferentes épocas, me dijeran que otro tipo les gustaba, que agarraron con alguien en una fiesta o que de pronto amanecieron iluminadas y descubrieron que el amor se esfumó. Pero no sólo me convertí en cornudo repetidas veces, sino que pague caro mi estupidez. Creer en las palabras de las féminas floreras me regalaron algunas noches de lágrimas, y otras de arrepentimientos.
Con el tiempo entendí que de nada valía reprocharme la torpeza mía de creer en las palabras de una mujer. Y aunque son ellas, quienes dicen que son los hombres, quienes abusan de su género, he topado con algunas opositoras a esta maltrecha hipótesis.
Con el correr de los días, y después de sentirte morir, comprendes que de amor nadie se muere, como diría el improvisado filósofo y excelente canta autor Gianmarco. Pero además entiendes que ninguna de ellas te amo, como solían gritarlo en silencio, entre las paredes de una habitación, frente a sus papis con quienes cenamos, o con los amigos que seguramente se habrán burlado de ti cuando se enteraron que ella te dejó vestido y alborotado.
Existe una teoría callejera que quisieron forzarla en las estadísticas científicas que por cada hombre existen cinco mujeres en espera de ser conquistadas. Supongo que agoté mis posibilidades, atreviéndome incluso a excederme. Y quizás por eso, tenga que resignarme a mirar la espalda del amor. Pero lo cierto es que ninguna, absolutamente ninguna, me amo, porque fugó... CONTINUARÁ