jueves, 28 de agosto de 2008

Hoy las vi llorar

Hoy, al caminar por la calle, vi a dos mujeres llorar. A ellas las acompañaban dos hombres que por lo visto eran sus parejas. Hoy me pregunté por qué el amor puede generar dolor. Hoy traté de explicarme por qué el amor se agota. Hoy caminé en busca de respuestas y encontré en cada amago el rostro de las féminas llorando.
Ellas, coincidentemente, caminaban detrás de ellos. Y ellos, despotricaban entre mieles y ajos por haberse involucrado con ellas. Ambos no eran felices. De seguro que ninguno sueña con el otro como lo hicieron al conocerse y cuando fueron enamorados. Las mariposas que sentían en la panza se convirtieron en pirañas que aniquilaron la ahora añeja ilusión.
Las lágrimas que ellas trataban de disimular no podían camuflarse en sus rostros entristecidos por alguna razón que ignoro, pero que ellos no. Ambas mujeres tenían, calculo, poco más de veinte años. Eran jóvenes, no hace mucho se enteraron que existía el amor de pareja, y hace poquito supieron que el amor se derrite, se esfuma.
La culpa del fin de una relación, al margen del tiempo, no tiene que achacársela al hombre, quien si bien puede tener responsabilidad en la fractura del amor, son las mujeres quienes en menor grado se esmeran para que el fin llegue antes del fin planeado.
Descifrar si él y ella tienen la culpa, o si sólo él tiene la culpa, o ella es la culpable, sería inútil. Supongo que mañana o luego, encuentre a las mismas mujeres riendo, ¿o es que acaso por terquedad las veré llorar nuevamente?. Intuyo que mientras siga caminando, continuaré encontrando a mujeres llorar. Espero que el llanto no sea más llanto, y se mude a la felicidad.
Claro, la felicidad no es constante, a veces se cruza con la pena, con el dolor, con la mierda. Desde que Adán comió con Eva la manzana que Dios les privó degustar, a cambio de la felicidad eterna en el paraíso pintado en los pasajes bíblicos, es que somos blancos de los dardos de la tragedia.
La vida sin amor se vuelve cuadriculada. La vida con amor también. (parezco el chavo del ocho, ¿o ñoño?). A veces, sin serlo, nos sentimos como un adolescente confundido, perdido entre los sentimientos que provoca un amor maltratado.
Mañana cuando vuelva a caminar por las calles donde las vi llorar, espero encontrarlas sonrientes. Espero recobrar la esperanza que el dolor se mata con amor, y no necesariamente a la inversa. Hoy tuve ganas de llorar, mañana espero que no...

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