lunes, 21 de abril de 2008

Manu, la fregaste...

Gusto ser fanático de Alianza Lima, porque de pequeño la pierna zurda de César Cueto me reclutó a la tribuna de club blanquiazul. Recuerdo que un tío mío planeó convertirme en hincha del club que decía adorar cuando apenas había cumplido ocho años. Me sobornó con chocolates para que observara un video cuyas imágenes dejaban ver a Cueto haciendo travesuras a fines de los setenta con un negrito que luego me presentaron como Teófilo Cubillas.
Luego de ver las genialidades de Cueto era imposible negarme a la invitación de mi tío. Me interné en el mundo grone sin pensarlo dos veces, convencido que aquel era el mejor equipo del mundo, que ningún contrario podría vencerlo, incluso cuando los jugadores no eran los mismos.
Ser hincha de un equipo de fútbol te ciega, te hace perder la objetividad, pues crees que los once jugadores que visten la camiseta del club que sigues, son lo máximo. Lo demás, presumes en medio de errores, son los perdedores.
He enfrentado desde mis inicios como hincha blanquiazul a un sin numero de opositores, que -equivocados- son barristas frustrados de algún otro equipo. Las broncas más ácidas se dieron entre mieles y ajos, con los muchachotes de la U, o sin masticar, de Universitaria de Deportes.
Llamar a los cremas, gallinas, era un insulto imperdonable para quien lo pronunciara. Más de mil veces he llamado gallina a quien tildaba de cagones a los grones. Pero ahora, no puedo. Estoy contra la pared. Tengo un cuchillo pegado al cuello, y un dilema sin resolver.
Trato de desprenderme del apasionamiento que fabrica las intensas y típicas broncas entre equipos de fútbol, porque hace poco, Manu, mi hijo de apenas cuatro años, me confesó que pese a mis esfuerzos por convencerlo, no sería hincha de Alianza Lima. Me robó todo consuelo, cuando le pregunté si sería hincha del Aurich (equipo de nuestra tierra: Chiclayo) o del Manchester United, y me dijo que no, que había decidido -no sé por qué- en convertirse en hincha de la U.
Cegado por la euforia infantil, Manu no se conformó con patearme y decirme que no me acompañaría a ser aliancista, sino que descarado, me exigió con su carita de ángel que le comprara un polo crema con una U envuelta en un círculo pegado en el pecho. No tuve salida. Fingiendo que celebraría la compra tuve que asentar.
Al despedirnos alucinaba los clásicos entre la U y AL. Imaginaba los días en que con Manu apoyaríamos a los equipos que seguimos, en el mismo sofá, pero en extremos opuestos. Frente a la tele, Manu haría su propia Trinchera Norte, mientras yo, simularía estar en el Comando Sur.
Ayer -después de simular pesadillas- hice algo que siempre descarté, incluso en algún arrebato de locura. Pese a tener frente a mí decenas de polos trazados de líneas azules y blancas, compré una camiseta de la U. Pagué por un polo del antagonista. Me convertí en un traidor a la familia aliancista.
El único que celebró la traición fue Manu. No tardó en vestir el polo crema y recompensar el mal rato de su padre, envolviéndome con sus brazos delgaditos, y besándome sin descanso en las mejillas. ¡Gracias papi!, me dijo, después del bombardeo de caricias.
Esta es la única ocasión en la que camuflado aplaudo que alguien sonría por ser hincha de los cremas. Pero esta no será la única vez en la que abrace a los clásicos rivales... ¡Arriba Alianza!

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Para ser hincha de la U no es necesario ver un vídeo ni comer chocolates, es darse cuenta que naciste para adorar la crema. No hay duda que el hijo superó al padre y fue más inteligente...
Y dale manU, arriba manU...

JOhanna Gálvez dijo...

que lindO el Manu jajajaja

huy choche jjojojojo